viernes, 30 de septiembre de 2011

ESTACIÓN ITAPEBÍ

ESTACIÓN ITAPEBÍ

Pueblito tan callado, olvidado del mundo,
Pueblito misterioso, en un mundo soñado,
allá en la inmensidad, en medio de los campos,
allá donde la vida, parece de milagro.

Que lindo es recordarte, tus niños y tus árboles,
Caminitos de hilo, y con flores bordados.
Lagunas tan pequeñas, cual espejos plateados,
Duraznos , Espinillos y un Sauce que ha llorado.
Debajo de ése Sauce hay un pozo encantado,
Que guarda mis recuerdos, los sueños olvidados.


Hay pequeño pueblito, misterioso y callado,
tus niños, tus maestras, la escuelita que extraño.
Allá en Itapebí, Estación de mi infancia,
se guardaron recuerdos, que vuelven a mi alma.
El comercio Paolini, la chacra de Don Castro,
que recuerdos tan lindos, la tapera y su encanto.


La casa de los tíos, los días de mandados,
y allá en medio de todo, de barro, estaba el rancho
Cuánta vida guardada, cuánto amor y trabajo,
la risa de mi madre, el llanto de mi hermano.


Cuántos lindos recuerdos, pueblito de mi infancia.
el perfume de azahares, las trenzas de mi hermana.
Y todo reconforta, hace mas pura el alma,
recuerdo de mis viejos, la lucha cotidiana.


Rancho, familia, amor, palabras que se enlazan
formando los recuedos, de un ayer que no acaba.
Nombrarte, Itapebí, agiganta mi pecho,
y se agolpan con fuerza, un sin fin de recuerdos,
Quizá no te conocen, no saben de tus sueños,
Yo sí porque he nacido, he crecido en tu suelo.
Y siento como propias tus raíces, mi pueblo.
Soledad

domingo, 25 de septiembre de 2011

Fragmento de novela inédita

Por un segundo Isabel teme estar dando vueltas en redondo, estar pasando por tercera o cuarta vez frente al mismo monte, la misma portera, la mísera tapera algo mas lejos. El campo de esta tarde es mas igual a si mismo que todo el campo que han visto sus ojos en este día. Se adentra uno en lejanías, en vacíos, en soledades.


Si así se quisiera, podría seguirse este camino sin pensar que fuese a terminar jamás. Tiene un aire con lo que se siente en el medio del mar, pero peor y más duro. Porque la tierra inmóvil es mucho más pesada. Intransitable y mórbida como un cortejo. El mar mas vivo. Mas frágil. En la media luz del crepúsculo púrpura,todo adquiere una dimensión de ensueño.


Nada hace pensar que va en la dirección correcta mas que el mapa. Aquí no hay carteles indicadores ni anuncios comerciales ni gente a la vera del camino a quien preguntar nada. Solamente la vía del tren vista de a ratos en pasos sobreelevados en la cercanía de los diversos cursos de agua sugiere que se debe estar por llegar. Isabel trae el nombre en su cabeza. Pero verlo escrito seria diferente.


No cabe duda que no seria lo mismo pensar Itapebí que leer Itapebí en letras mayúsculas y blancas. Itapebí. Del derecho y del revés suena guaraní, decía su padre con acento zumbón. Cuando niña por eso le atraían los nombres que empiezan con esas letras, pero no podría repetir cuáles fueron los que su padre mencionó cuando ella le pidió más para la lista que se puso a armar en el cuaderno donde coleccionaba nombres.


Si se acuerda que el bromeo y sugirió la palabra italiano. Si ahora tuviera que recitar una nómina podría decir Itacumbú, Itaipú, Itapuá, Itamaraty, Itatí... Itapebí. Su padre había explicado un día el significado del nombre. Agua transparente sobre piedras coloradas. Para ella tenía sentido, por aquello de que piedra en inglés se dice pebble, y el pebí tenía que venir de ahí, de dónde más, hasta que así lo razonó delante de él haciéndolo toser de risa, atragantado del agua que transparente en ese momento justo tragaba.


Cuando decía Itapebí en voz alta Isabel cambiaba la separación en sílabas y así creía que remedaba el ruido que el agua tenía que hacer para saltar sobre las piedras:
Ita-pe-bí, I-ta-pe-bí, Ita-pebí, I-tape-bí...

Cecilia Alvarez